Un caminante llegó cansado y se recostó al pie del
tronco de un hermoso cerezo.
Viendo en las ramas las sabrosas y abundantes
cerezas empezó a decir entre sí: “¿Por qué no habrá hecho Dios que las cerezas
fuesen grandes como los melones?”.
Mientras hablaba de ese modo, sacudió las ramas del
árbol una ráfaga de viento y desprendiéndose algunas cerezas cayó una de ellas
sobre su nariz.
El caminante entonces exclamó:
─ “Bendito sea
Dios, porque ha hecho las cerezas tan pequeñas, pues de haber sido como yo
deseaba, me hubiera quedado ahora sin nariz y aún sin vida”.
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